El nacimiento de Rolf Nemecsek
He escrito por lo menos en diez
años demasiados inicios de relatos que no he podido completar. He llegado a
pensar que al final no se deba a una falta de constancia ni tampoco a un
exagerado sentido de exigencia y perfección, tal vez la respuesta más
certera sea que no puedo contar historias de la manera como deberían de
relatarse, es decir, además del consabido inicio de la acción, saber
estructurar un desarrollo para aquel conflicto y menos aún vislumbrar su
término. Ocurre siempre que preparo someros preámbulos para anticipar lo que
supuestamente va a suceder, pero nunca se materializa en mi redacción. Por
ejemplo, pensé en escribir la historia de unos soldados a los cuales les ocurre
una situación insólita durante una de sus guardias en una carretera. Empecé por
un diálogo en donde los personajes además de nombrarse, dan pequeños indicios
de sus personalidades. Uno de ellos también manifiesta su incomodidad por hacer
guardia ese día y no sabe el porqué de tal reacción cuando otro lo interpela.
Luego de eso debería aparecer un vehículo en la ruta, que ellos van a detener. Sé
cómo puedo hacer aparecer el vehículo, lo veo en este momento: avanzando en la
noche fría, abriéndose paso en aquella neblina que parece prestada de cualquier
novela gótica, un ómnibus que ilumina apenas con sus faros pálidos y los
soldados avanzan hacia la puerta para realizar su revisión de rutina. Ese es mi
punto final, debería ser otro tipo de punto para continuar en el siguiente
párrafo, pero no sucede así. Y se convierte en final porque me interrumpen o yo
me interrumpo a propósito para no continuar con el relato. También se podría
pensar, como dijo Braulio, que aquella historia era bastante mala y que en
cierta medida era previsible lo que luego acontecería (“ocurre esto y luego lo
otro, ¿verdad?”). Le contesto que sí, pues tampoco puedo defender algo que no
he completado. Braulio me sugiere que él podría terminarlos. Estamos conversando en el lugar donde acostumbramos almorzar. Pienso que no sería una mala idea. Lo
he intentado ya demasiadas veces, me digo. Además, Braulio no es una persona a
la cual pueda despreciar. Como muchos de nosotros ingresó a la especialidad de
Literatura queriendo ser escritor y al final terminó dedicándose al estudio del
teatro español del Siglo de Oro (ciertamente, no acepta que tuvo un interés en
la creación literaria, pero un día que me quedé cuidándole la casa -porque él
se fue a un congreso en México- y con mi natural curiosidad encontré una farsa
que había escrito y unas revistas pornográficas. Al fin, pensé, algo licencioso
nos hermana).
-¿Cómo
resolveríamos el asunto de la autoría?- le pregunto.
-Inventamos
un nombre, ¿qué te parece: Rolf Nemecsek?
-Parece
checo.
-Me
gustaría que fuera polaco, pero ya sabes, “Mal Polonia recibes…”
Y me
encogí de hombros.
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